Aquella
fría tarde de invierno, jamás podré olvidarla. Sus desgarrados y
desesperados gritos me helaron la sangre tras presenciar sus bruscas
levitaciones que me dejaron atónito, estupefacto y petrificado; Tía
Lilay intentaba convencerme de que solo era un simple ataque de
epilepsia y,
aunque pasajero, mis ojos me decían todo lo contrario... era algo
más que un arrebato de locura; Algo más que un trastorno cerebral que le producía intensas convulsiones. Como yo, instintivamente imaginaba, nada
era lo que parecía, aquél inesperado episodio que abordó a la joven Emily, solamente podía ser obra del
mismísimo... Diablo.
Tía
Lilay, me miró y me objetó con sequedad interrogativa:
_¿Entiendes
ahora, por qué quiero que te inicies en el sacerdocio?
Tardé
en contestarle. Me gustaba meditar bien las propuestas. Soy
taciturno, es uno de mis sellos de identidad.
_Anda,
dejémosla descansar, jovenzuelo. Sus ataques han remitido... por el
momento. _me dijo Tía Lilay, llena de circunspección, tras
acariciar mi faz con dulce suavidad maternal.
_Ese
"por
el momento"
creó en mí, más ansiedad, si cabe ¿Cuándo volvería a ocurrir? Ya
que, remitir, no siempre es: finalizar. _Me pregunté lleno de pesar
y tristeza. Aquella maldita noche no pude pegar ojo. Mi habitación...
se movía; o al menos eso era lo que a mí me parecía. Estaba
aterrado y, por no ir al lavabo, me oriné encima... preso del horror
y del pánico que, súbitamente se había apoderado de la paz de mi espíritu.
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